Cuando en junio de 1956, Juan González Moreno, firmaba con la Caja de Ahorros del Sureste de España el contrato para la ejecución del grupo del Santo Entierro, paralelamente firmaba también un contrato adicional por el que se comprometía a realizar, enteramente tallada en madera de pino de la mejor calidad, una imagen de la Virgen de la Soledad, a entregar para la misma fecha de 1958, e incluida en el mismo precio ya firmado para el grupo del Santo Entierro.

 

La imagen de la Virgen de la Soledad era crucial en la configuración de la nueva procesión anhelada por la Cofradía para la tarde del Sábado Santo, ya que el discurso de la misma se establecía en torno a la meditación sobre la muerte de Cristo y la Soledad de María, en la espera de la Resurrección. Provisionalmente, se había utilizado la imagen de la Soledad de Capuz, de la procesión de la noche del Viernes Santo, para armar iconográficamente el nuevo proyecto procesional. Pero esto no fue más que una solución transitoria, ya que en la idea que el Hermano Mayor parecía tener de la nueva procesión, austera, con luz de cera, despojada de los elementos más característicamente populares de la Semana Santa cartagenera, no parecía tener cabida la una imagen como la Soledad del Viernes Santo, con todo su aparato de ajuar y el despliegue de luz y flor. De ahí que se comprometiese a la realización de una imagen de la Virgen completamente tallada, anulando la posibilidad de revestirla con ricas vestiduras y un gran manto bordado en oro. Se confiaba todo a la capacidad del escultor para crear una imagen elocuente y capaz de mover a la meditación y la devoción con el solo recurso de su arte, y en consonancia con la línea marcada por la Soledad del grupo del Santo Amor de San Juan, con cuya participación en la nueva procesión se venía contando desde que se iniciaron los trámites para alcanzar la autorización episcopal.


Cuando en el año 1958 el escultor Juan González Moreno realiza su Virgen de la Soledad de los Pobres parece, de alguna manera, tener muy presente la obra de Capuz, y como él nos ofrece una imagen que trasciende no ya lo simplemente narrativo sino incluso también lo puramente devocional, para alcanzar la consideración de imagen icónica de la idea de soledad y de la introspección meditativa.

 

Realizada paralelamente al encargo del Santo Entierro, en ella encontramos los mismos recursos formales en cuanto a talla y policromía, con una importante valoración del dorado, conseguido mediante la aplicación de una plata corlada para lograr la vibración del color, lo que vincula una vez más su obra con la de Capuz. Si el Santo Entierro era, en la opinión de González Moreno, su mejor grupo, la Virgen de la Soledad de los Pobres tenía la misma consideración de su autor en cuanto a imagen aislada. Una imagen de la Virgen de talla completa, cerrada sobre sí misma y con un marcado y elegante ritmo procesional, apenas insinuado en su actitud contenida, a través de los pliegues del manto. González Moreno tomó de la maestría de Capuz su capacidad de esencializar y sustanciar la forma. En esa capacidad reside gran parte de la serenidad y del clasicismo en suma de ambos escultores, en la capacidad de poder transmitir expresiones individualizadas e ideas universales con unos rasgos se diría que apenas insinuados, en contar, una vez más en palabras de González Moreno, “lo más con lo menos”. Aunque el modelo inmediato fuera la escultura en mármol que el propio González Moreno había realizado, en 1953, para el panteón de la familia Meseguer en el cementerio murciano de Espinardo, representando los rasgos de Dolores Meseguer en una imagen de la Soledad, como ha señalado el profesor Ramallo Asensio, esa escultura “no era sino un retrato a lo divino de la finada[…] pero aquí [en la Virgen de la Soledad] hizo una abstracción de ello y por ello le dio un valor artístico eterno”.


Todas las líneas compositivas, marcadas por los pliegues y aristas del manto, convergen en las manos apretadas contra el pecho, hacia las que se dirige también la mirada de la Virgen. Una vez más, el lenguaje de las manos se muestra como un recurso esencial en el lenguaje plástico de González Moreno. Unas manos que aquí sujetan con fuerza todas las líneas, y toda la energía, concentrándola en el pecho de María. En torno al rostro de la Virgen y su pecho se despliega la luz del oro. Es de nuevo la idea del santuario que ha acompañado a la iconografía mariana a lo largo de la iconografía cristiana, la misma idea que propiciara la creación de imágenes abrideras, imágenes altar, o la que aconsejara la utilización de palio en su procesionar por tierras andaluzas. La misma vieja idea, pero esencializada en un renovado clasicismo.

 

La importancia concedida por el escultor al rosto de esta imagen le llevó, como en otras ocasiones similares, a individualizar el fragmento del busto, dando lugar a un muy trabajado estudio – modelo del fragmento en escayola policromada.

También es posible apreciar la influencia de la pintura de Germán Hernández Amores, en este caso con la evocación del lienzo La Virgen del desierto (1864). En el lienzo del pintor clasicista y, en cierto modo, nazareno, Hernández Amores, como ha señalado Martín Páez, “el desierto apunta hacia la expresión de un estado anímico; zona árida que expresa soledad, morada de la esterilidad, de la tristeza, de la desolación… una naturaleza que subraya el mensaje de la Virgen como símbolo de oasis sobrenatural en la aridez del mundo.” El lugar que en el lienzo de Hernández Amores ocupa el Niño Jesús, acurrucado contra el pecho de la Virgen, aparece ahora vacío, ocupado por las manos fuertemente apretadas y, quizás, por el pensamiento ensimismado de María, que se aferra a ese recuerdo, envuelta en soledad, en la espera de la Resurrección.

 

La nueva imagen de la Virgen de la Soledad compartió con el grupo del Santo Entierro del inmediato éxito popular, siendo expuesta también en los salones de la Caja de Ahorros del Sureste de España a su llegada a Cartagena.

 

Ya ese mismo año de 1959, la imagen participó en un vía crucis penitencial al término de la procesión del Santo Entierro, y sería al año siguiente cuando se convirtiera en la pieza fundamental de la, por fin,  nueva procesión de la Vera Cruz y la Soledad de la Virgen, definitivamente aprobada por el Obispado para la tarde del Sábado Santo.

 

Fue en el tradicional cabildo de las temas, en la tarde del Jueves Santo de 1961, cuando el Hermano Mayor, para evitar la coincidencia de denominación de las dos imágenes de la Soledad, la de Capuz y la de González Moreno, apuntó que ésta última “bien pudiera llamarse la “Virgencica de los Pobres” en la salida del Sábado Santo”, quedando ya establecida la denominación de Virgen de la Soledad de los Pobres.

Datos extraidos del libro “González Moreno, el clasicismo renovado”. López Martínez, José Francisco